miércoles, 25 de febrero de 2015

Crónicas Urbanas de Indias (II)

Esta mañana tengo una cita, vamos a decir, de entrenamiento, de ensayo, de pulir detalles para que todo salga de la mejor manera. Estamos citados a las siete de la mañana en un sitio cercano a la 79 con 9, en la zona norte de la ciudad de Bogotá.
Tengo el famoso Pico y Placa, pero no tengo problema, salgo a tomar el transporte público. Identifico la avenida por la cual pasan muchas busetas que se dirigen por la vía a Siberia hacia el Portal de la 80, para allí tomar el Transmilenio. 

Son las 06:00 de la mañana, mi primera opción es alejarme de aquel semáforo pues veo los avisos de prohibido recoger y dejar pasajeros, así que camino 80 metros adelante, donde la buseta no obstaculice la vía y esperar allí la buseta, bus ó colectivo. Pero, un momento, las busetas pasan todas de largo mientras sigo con mi brazo extendido haciendo el pare infructuosamente y me empiezo a preguntar qué es lo que pasa. Ah, bueno, es que los conductores no paran luego que la luz verde en esa grilla de partida les da la salida de este cruce. Claro, es eso. Debo hacerme antes del semáforo, para que las busetas que se van deteniendo abran su puerta y pueda subirme; así que camino en sentido contrario, atravieso la vía del semáforo y aguardo el transporte que muy seguramente me recogerá en el siguiente cambio a luz roja. Camino unos cincuenta metros adelante para  “encontrar” la buseta y que ésta no obstaculice el semáforo. De nuevo mi brazo extendido se vio como una señal inoperante en estos fallidos intentos porque una buseta de transporte público me acerque a mi destino. Pero mi destino será otro.

Al ver que ninguna buseta se detiene en el lugar en el que estoy, miro hacia el semáforo y me doy cuenta que la buseta al detenerse en la luz roja es cuando abre su puerta para que algún afortunado peatón pueda subirse y poner la piel de su cara contra el vidrio de la puerta cuando ésta se cierre. Ah, claro, ese es el punto, estoy ubicado en el lugar equivocado; debo hacerme donde la buseta se detiene para que el conductor aproveche el “stop” y pueda llevarme. Sin embargo, siguen pasando más  y más busetas, todas absolutamente repletas, no paran sencillamente porque nadie más cabe en estos vehículos que parecen refractarias humedecidas por la espiración de sus ocupantes y pesadas a primera vista, pues se balancean peligrosamente cuando frenan ó se cierran para dejar un pasajero en fracciones de segundo para no recoger a otros. No caben.

Pasaron no sé cuántas busetas con la ruta que necesitaba, a no sé cuántas les extendí mi brazo, otras tantas llenas de pasajeros con mirada de satisfacción frente a quienes quedamos a orilla del camino sin lograr nuestro objetivo. Pasaron treinta y cinco minutos. Y será así todos los días? me preguntaba con una sensación de fracaso mientras llamaba a quienes participarían de la reunión para contarles esta historia que bien puede ser una historia de miseria, de rencor, de desespero, de desencanto, de gratitud.

De miseria por la precariedad del transporte en este país, mi país; de desespero porque si fuera mi rutina de trabajo no sé dónde estaría, si en una clínica psiquiátrica ó en otras latitudes de la tierra, así fuera en Venezuela que dicen tiene unas autopistas para envidiar, imagínense; de desencanto ante las cosas positivas que pretendemos escuchar y decir de nuestra tierra; de desencanto ante el vaso medio lleno. De gratitud porque soy un favorecido, porque no viajo diariamente, porque mi trabajo no tiene esa ruta todos los días a las seis de la mañana y que en el resto de jornadas son otros parajes que debo buscar y a los que podría ir en bicicleta si quisiera, si mi metabolismo de regulación de temperatura corporal no hiciera estragos en mi cuerpo ni en mi ropa, pasando a ser entonces una agresión para los demás, para sus papilas olfativas y para el medio ambiente.

Permitirme el fracaso, la renuncia a las metas y objetivos no ha sido una opción para mí. Llamo a quienes me aguardaban en esta cita y les digo en pocas palabras esta situación sin saber cómo describirla, sin saber pedir excusas por quienes tienen la culpa en todo esto, porque no las voy a pedir por ellos, las pido por mí; porque hoy concluí que ya “desaprendí” a viajar en transporte público y me pongo a la tarea de ver que falló y qué haré pasado mañana que debo regresar a la capital en otro día que debo tomar el transporte público.

Concluyo lo siguiente: Debo ir en ropa cómoda, llamada “sport” con la cual pueda en una carrera de cincuenta metros robarle el turno a cualquiera en el ascenso a ese monstruo de metal que abre sus puertas dos segundos para recoger a un pasajero  y seguir la carrera absurda en su ruta y no perder ni segundos, ni pasajeros, ni turno, ni dinero.  Otra medida es levantarme una hora antes de lo previsto, tomar un transporte que me lleve hasta el mismísimo paradero desde donde estas rutas inician su recorrido,  allí, pelearé seguramente pensando con el deseo que si he venido hasta el paradero debo lograr un lugar vacío para irme sentado hasta mi destino. Digo una hora antes porque gasto media hora en tomar el transporte hasta el paradero y otra media que gasta el conductor en hacer el peregrinaje por el pueblo, en caprichosos recorridos para llenar esa buseta hasta los vidrios y salir despavorido hacia la capital. Una hora antes, porque no puede ser que esta situación del transporte público me llene el corazón en este día de una frustración.

Será que los alcaldes, concejales, nunca han utilizado el transporte público? Pero que pregunta más insulsa. La pregunta sería: Será que los que se hacen elegir ó elegimos para administrar el Estado y organizar la vida de los ciudadanos hacia una sociedad más próspera, organizada, civilizada y humana se preocupan por la vida de los ciudadanos? Debo quizás aceptar lo que me dijo alguien que supo de la situación y obrar en consecuencia?: Esa es la selección natural y tú haces parte. No¡ Prefiero pensar que esta situación puede ser diferente si se hacen las cosas pensando en el bien y beneficio común. Quiero pensar que el tema de movilidad y organización de nuestra sociedad en general puede ser una realidad más humana para todos. Pero será tema para otro blog.

Miguel Ángel Cortés V.